Era una tarde tranquila en un colegio al norte de la franja de Gaza. Parecía una zona segura ya que los israelitas no bombardeaban colegios. Allí, se refugiaban familias ya que sus casas habían sido completamente destruidas. Ahmad estaba jugando con su hermano Ali en el patio como de costumbre, hasta que su madre, Dana, les llamó para que comieran algo. Los niños, que estaban hambrientos, fueron donde ella rápidamente.
Ya anochecía, así que el hijo pequeño Ahmad, se durmió. Ali extrañaba mucho a su padre, que murió hacía dos meses a causa de un bombardeo. Temía de perder a otro ser querido por culpa de esto. Ali le preguntó a su madre que cuánto quedaba para que todo terminara, y esta le dijo que poco. En mitad de la noche, Ali se despertó porque tenía muy mal presentimiento, oía ruidos cercanos a él. Esto hizo que despertara a su madre, quien no oía nada. Tan solo diez minutos después, tres aviones israelitas bombardearon la zona del colegio provocando muchas muertes y heridas. Entre los escombros, Ali se juntó con su madre, ambos tenían heridas leves, pero esa no era su principal preocupación, no encontraban a Ahmad. Dana, que estaba histérica, encontró al pobre chico herido gravemente, así que los tres pusieron rumbo a un hospital que había cerca y no había sido bombardeado, el Bautista Al Ahli. Al llegar había mucha espera, pero Ahmed, al estar en una situación crítica, le atendieron de los primeros. Mientras esperaban, Ali se temía lo peor, no se lo podía creer, iba a perder a otro miembro de su familia por culpa de los bombardeos. Junto a su madre, ambos lloraban desconsoladamente.
Tras una larga espera, un médico salió de la sala donde estaban curando a Ahmad. Este les dió la peor noticia posible, le habían perdido. Envuelto entre sábanas, salió el cuerpo del niño en camilla. Dana y Ali no se lo podían creer, los dos le dieron un último abrazo al pobre Ahmad. Todo esto, mientras el hospital estaba siendo bombardeado, que acabó con la vida de Dana y Ali mientras abrazaban el cuerpo de Ahmad.
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