domingo, 28 de septiembre de 2025

Blog III - Telmo Asúa

Aisha siempre pensó que su hijo Addrassama crecería entre juegos, risas y tardes interminables de imaginación. Había soñado con verlo correr por campos verdes, inventar mundos en su cabeza y dormir sin miedo al caer la noche. Pero la realidad que lo recibió era distinta: nació en medio de un mundo roto, devastado por el genocidio y el miedo que se filtraba en cada esquina. En sus cinco tempranos años de vida, a pesar del ruido de las bombas y el polvo de las calles, Addrassama tenía una energía inagotable. Corría entre escombros, jugaba con la nada y creaba historias que solo él podía entender.

Aisha lo miraba a menudo y, aunque su corazón se apretaba por la incertidumbre, se prometía en silencio que algún día encontrarían un lugar más seguro, un mundo más justo, lejos del estruendo y del horror que los rodeaba. Cada sonrisa de su hijo era un acto de resistencia, cada carcajada un pequeño milagro que la sostenía a ella.

Pero aquel día, sin aviso, un proyectil cayó demasiado cerca. No hubo tiempo para reaccionar. Entre el humo y el grito del caos, Aisha se encontró sosteniendo a su hijo sin vida, envuelto en un manto blanco que parecía demasiado frío para alguien que hacía apenas unas horas reía como si nada importara.

En el hospital improvisado, ella se aferraba a su pequeño como si el contacto pudiera devolverle la vida. No había gritos ni palabras; solo el silencio pesado de lo irreversible. Observaba cada línea de su rostro, cada gesto congelado, intentando grabar en su memoria lo que nunca podría tocar de nuevo. Cada latido perdido era un golpe que sentía en sus propios huesos.

En ese instante, comprendió la crueldad más absoluta: no hay dolor más grande que el perder a un hijo. Y lo único que le quedaba era una súplica interna, una oración que se repetía sin cesar: “Perdóname por no poder darte un mundo mejor”.


Blog lll

 Amina se cayó de rodillas y empezó a llorar al instante.Encima de ella estaba su hijo, pequeño, envuelto en una manta blanca.Al verlo envuelto no necesitó que nadie se lo dijera, reconoció al momento que esa figura inmóvil era su hijo.

Lo había visto salir esa misma mañana de casa con una sonrisa diciéndole que iba a salir un rato a distraerse para comprar el pan y jugar con su primo al balón.A su madre no le gustaba que fuese solo por ahí pero él le prometió que iba a volver a casa antes de qué atardeciera.Pasaron las horas y ya estaba anocheciendo, su hijo no había llegado a casa y Amina estuvo esperándolo muy preocupada.

En el momento que le vió envuelto lo abrazaba como lo había hecho tantas veces cuando era pequeño, cuando a las noches lloraba por fiebre o por una pesadilla, cuando no le salían las cosas como quería o cuando quería cariño de su madre.No podía evitar acordarse también de los buenos momentos junto a su hijo, cuando aprendió a caminar con ella, todas esos días jugando juntos y enseñándole cosas nuevas.Sus brazos intentaban abrazarlo por completo.Nadie de los que estaban viendo ese momento se atrevían a interrumpirlo o a darle ánimos.Otros padres esperaban en una esquina a tener noticias sobre algún otro familiar suyo desaparecido, estaban todos muy desesperados.

Amina lloraba en silencio ya que no le quedaban más lágrimas que soltar.Gritaba con frustración preguntado por que eso le había tenido que pasar a su familia y que no era justo.Ese momento se le iba a quedar grabado para toda su vida, la imagen de una madre abrazando a su hijo por última vez.En ese abrazo de madre e hijo estaba reflejada toda la guerra, no hacía falta ver explosiones o bombas, con ver a esa madre se veía el sufrimiento.

Alguien se acercó donde ella a decirle que tenía que dejar el cuerpo para que se lo pudieran llevar pero ella no respondió.Estaba completamente paralizada y en shock.La vida seguiría, pero en la de ella ya nada tendría sentido, había perdido lo más valioso que tenía en su vida y su razón por la que seguir hacia delante luchando


Blog III




La sala era estrecha y silenciosa. Las paredes de mármol gris reflejaban una luz fría que parece que provenía de la nada. En el suelo, apenas cubierto por un viejo tapete color gris, maría se arrodilló en el suelo con lágrimas en sus ojos, porque entre sus brazos sostiene un pequeño cuerpo, envuelto en una manta  blanca… lo sostiene como si el mundo entero pudiera resquebrajarse si lo suelta, sus manos tiemblan, no de frío, sino de un temblor profundo que nace en el pecho. 

Hasta hace unos días María y su hijo habían vivido una vida feliz, en una pequeña casa en un pequeño pueblo , aquel niño era vida, era risa y juego, era la única luz que maría veía en un mundo cada vez más sombrío, su hijo de apenas 8 años soñaba con ser un piloto, siempre jugaba con una cometa esperando que algún día él también estuviese sobre las nubes, pilotando un gran avión, en momentos como esos maría solo pensaba en una cosa y esa era que esperaba ver el sueño de su hijo cumplirse y que esperaba estar a su lado cuando lo lograse. María trabajaba como lavandera en el pueblo casi la mayor parte del día ella trabajaba para pagar los estudios de su hijo, mientras ella trabajaba su hijo estaba en clases aunque después de salir del cole casi siempre se la pasaba solo en casa y solo hasta terminar los deberes salía a jugar con sus amigos, ella sabía que su hijo era capaz de cuidarse por sí mismo ya que ya era costumbre que siempre lo dejase solo y porque sabía que el pueblo era seguro. un sábado al amanecer, maría lo despertó con suavidad antes de irse a trabajar, él le sonrió, con esa inocencia que sólo los niños conocen, después salió a correr  con su grupo de amigos, llevaba una cometa improvisada, hecha con bolsas de plástico y varillas secas. Era su juguete favorito.

El cielo parecía calmo, pero en esa tierra el cielo siempre miente. Primero un rugido y luego un silencio extraño, mientras ella trabajaba su hijo jugaba con sus amigos, siempre solían a ir a lugares altos para que sus cometas volaran hasta lo más alto que pudieran alzarlas, hasta que en un descuido el niño resbaló y cayó sobre una roca, el golpe fue tan grande que era imposible pensar que sobreviviese a tal golpe, sus amigos rápidamente llamaron a unos adultos a que les ayudaran, pero ya era tarde, el niño había muerto… las personas del pueblo no tuvieron más remedio que envolver el cuerpo en una tela blanca y tener que darle la mala noticia a maría.

Cuando le avisaron a maría de que algo le había sucedido a su hijo corrió rápidamente a ver que le había pasado pero cuando llegó a casa todo era confusión, alguien le entregó el pequeño cuerpo envuelto en una tela, “Lo siento”, le dijeron, pero ella no escuchó, el cuerpo era el de su hijo, maría no creía que entre sus manos estuviese sosteniendo el cuerpo de su hijo, sus manos se cerraron sobre el bulto, las lágrimas caían sin hacer ruido, sus lágrimas empapaban la tela blanca mientras inclinaba su cabeza hasta apoyar la frente sobre el cuerpo de su hijo, cierra los ojos, siente el calor extinguirse bajo sus manos, pero aún así lo sostiene fuertemente, podría parecer que reza, pero en realidad no reza, podría parecer que llora, pero en realidad ya no hay lágrimas suficientes, lo único que queda es ese abrazo, un último refugio entre madre e hijo, una última frontera contra el olvido.


Blog III - Adriana Martín

Ella lo abraza con la desesperación de quien sabe que no habrá un después. Sus manos aprietan con fuerza, como si pudiera retener la vida que ya se ha ido. El cuerpo, envuelto en blanco, pesa más que nunca, porque pesa la ausencia, pesa el futuro que no será.En sus ojos cerrados caben recuerdos: las risas corriendo por el patio, las manos pequeñas buscando refugio en las suyas, las noches de canciones para espantar el miedo. Todo eso ahora se derrumba en un instante, en un silencio que grita más fuerte que cualquier explosión.

La fotografía nos abre una herida que no es solo de ella. Es la herida de un pueblo entero que vive con la sombra de la guerra en cada esquina. Gaza, un lugar donde los niños juegan a esquivar bombas y las madres rezan por poder abrazarlos al final del día.El fotógrafo apretó el disparador y congeló este abrazo eterno. No vemos solo a una madre, vemos a todas: a las que lloran en silencio, a las que gritan de rabia, a las que siguen de pie pese al dolor.

Esta imagen no es solo dolor, también es amor. Un amor tan inmenso que ni la muerte logra arrebatar. Es la prueba de que, incluso en medio de la barbarie, el ser humano se aferra a lo más sagrado: la vida compartida, el vínculo que jamás se rompe.Pero también es una pregunta lanzada al mundo: ¿hasta cuándo permitiremos que la infancia sea arrancada de los brazos de quienes los aman? ¿Cuánto vale la vida de un niño en un lugar donde la guerra se repite como un eco interminable?

Cada línea blanca del sudario es un recordatorio de lo que debería haberse escrito con lápices de colores en un cuaderno escolar. Cada lágrima derramada por ella es una protesta que atraviesa fronteras.Quien observa esta fotografía no puede permanecer indiferente. No es solo un documento periodístico: es un espejo donde se refleja la humanidad entera, su crueldad y su ternura.

Tal vez el mundo siga girando, las noticias cambien y otros titulares ocupen el espacio, pero este abrazo quedará suspendido en la memoria colectiva como un símbolo de lo irrenunciable: el derecho a vivir en paz.Ella, con su dolor infinito, nos enseña algo que olvidamos con demasiada facilidad: que ningún conflicto, ninguna bandera, ningún poder justifica arrebatar la risa de un niño.Y mientras la foto circula, quienes la miramos tenemos una responsabilidad. Porque la indiferencia también mata, aunque en silencio.


Blog III (historia detrás de una fotografía)

Esta imagen es la historia de una madre y su hijo, que tras la guerra de Palestina e Israel intentan escapar. En una de las escapadas el hijo queda detrás y la madre no hace más que decirle que se apresure que no les va a dar tiempo a llegar a un refugio. Tristemente el niño es disparado y muere al momento, la madre en negación decide llevarselo con la esperanza de que puede volver a vivir pero no es posible. Más personas que están en el refugio la ven y la intentan ayudar, envolviendo al hijo en telas para que no se vea su cuerpo moribundo. Tras ello, la madre echa a llorar mientras abraza el cuerpo de su hijo, gira la vista alrededor y ve a más familias igual que ella. Maldiciendo la guerra y se pregunta cuál es el mal que han hecho ellos, los ciudadanos para merecer este genocidio y pagar por lo que el gobierno debería estar pagando. 

La historia que hay detrás de una foto

 Al ver esta imagen me vienen a la cabeza las miles de familias destrozadas por el genocidio de Israel contra Palestina. Es muy doloroso el ver imágenes como esta y saber que hay miles de personas sufriendo en otra parte del mundo de esa manera. Viendo a esta mujer lamentándose por la pérdida de su hija, pienso en la vida que tenía esa familia antes de este conflicto, y que ahora ya no van a poder recuperar. 


Antes de que esto sucediera, su vida había cambiado desde que empezó el genocidio. Los días ya no eran iguales, se hacían largos y horrorosos. Pasaban por la calle con miedo, viendo a miles de personas morir, pensando que algún día ellos podrían acabar de esa manera, y así ha sido. 


Antes de que todo cambiara, vivían en una casa sencilla en Gaza. La madre se levantaba para preparar el desayuno a su hija, para después irse a trabajar como costurera en un taller. Allí no conseguía mucho dinero, pero para complementar lo que ganaba su marido como electricista, era suficiente. La vida no era fácil, las noches se llenaban de bombardeos y zumbidos, había cortes de agua y momentos de escasez. Nunca pensó que una bomba estallaría sobre su hija, corriera a un hospital y en vez de estar cosiendo en su trabajo, estaría sosteniendo el cuerpo pequeño de su hija sin vida, envuelto en una sábana blanca.  


Esta imagen refleja muy bien la situación que hay ahora mismo en Palestina. Miles de muertos, heridos y refugiados. Así se visibiliza el sufrimiento que tienen estas personas, sobre todo los niños. Esto me hace pensar en lo frágil e injusta que es la vida, que miles de personas inocentes mueran por conflictos políticos. Creo que los niños no deberían ser parte de las guerras de los adultos, y esto te hace cuestionar porque siempre tienen que pagar las consecuencias los más vulnerables, los que no eligieron estar ahí. Te hace pensar en cómo una simple fotografía puede contar una historia tan trágica, en cómo un instante te puede cambiar tanto la vida. 


Historia detrás de una fotografía - Blog III

 

Al ver la fotografía por primera vez pensé en lo que está pasando en Gaza.

Pensé en todas esas familias: en las madres que perdieron lo que más aman 

en el mundo, los padres que buscan la esperanza cada día, en los niños que 

aprenden que es el significado del miedo y la pérdida demasiado pronto.

Esa imagen representa más que una mujer arrodillada sosteniendo algo envuelto,

es un retrato del dolor que hay detrás de cada familia y una realidad que nos 

cuesta ver. 


También me llenó de inquietud saber que lo que sostiene entre sus brazos, ya que 

podría ser su hijo, su hermano, su sobrino… o quizás, simplemente, una parte de sí 

misma que ya no sobrevivió a la guerra y que parece contener todo su mundo.

Es un silencio lleno de significado, de amor y sobre todo una y miles de pérdidas 

que hay cada día.


Lo que pudo haber sido un momento de felicidad con lo que más amaba, se 

detuvo, despidiéndose de aquello que más amó alguna vez.

Ese contraste me hizo pensar en cómo, incluso en los momentos más difíciles, 

el amor puede seguir siendo nuestro hogar.

Ese amor que, aunque duela, nunca deja de ser una forma de esperanza para nosotros.


Por esto, comprender lo que está sucediendo en Gaza es una dura realidad 

porque a veces olvidamos que detrás de cada cifra hay un nombre y de cada 

noticia hay una historia que debería bastar para despertar la empatía en la 

humanidad.


Esta imagen no solo habla de la muerte.

Habla de dignidad, de dolor, de un amor tan profundo que ni siquiera la guerra 

puede destruir.

Habla del valor de una madre que sigue abrazando, aunque su mundo se haya caído

y aun así permanece con valor.


Así que para mí, esta imagen no representa solo tristeza.
Representa el amor más grande que hay de una madre y de un padre. Es el tipo 

de amor que en medio de la guerra se queda cuando todo lo demás se va y eso

es una forma de resistencia.


Foto premio Ortega y Gasset - Erlantz

Detrás de una foto existen recuerdos o emociones que puede ser que nunca se repitan. También existen historias que probablemente tengan un pasado mal contado. Esta foto guarda la voz de un pueblo. La voz de un pueblo que ha sido destrozado y que lo único que desea es tener un futuro mejor.

En la imagen podemos observar a una ciudadana Palestina abrazando desconsolada lo que más amaba, su hijo. La pérdida de un hijo es algo que nadie desearía experimentar y que supone un dolor inexplicable. 

Una madre que cada día se levantaba con ganas de ver sonreír a su hijo y hacerlo lo más feliz posible, tendrá que subsistir con un vacío constante. El hecho de ser madre cambia la forma de vivir de una persona. La madre vive por y para su hijo, y lo ama incondicionalmente. Pero si otra persona le arrebata la vida de este, ese amor se apaga.

Hace casi 2 años desde que este genocidio comenzó en la franja de Gaza y que supera los 66.000 muertos. El pequeño territorio de Gaza en el que viven más de 2.000.000 de personas es el punto de mira de Israel y el cual ataca a diario. Una gran injusticia es la que sufre el pueblo Palestino a día de hoy. Los Palestinos están siendo expulsados y tanto hospitales como colegios han sido destrozados. 

Ningún niño debería tener una infancia así. Crecer escuchando bombas todos los días y perdiendo familiares y amigos es tan triste como doloroso. Me pregunto cómo es que será la vida de estos niños dentro de 10 años y que les deparará en un futuro. 

Desde mi punto de vista, esta masacre debería ser frenada y castigada. Esta gente se levanta cada día con el miedo de morir. Esto ya no va de política, sino de derechos y vida o muerte.


Blog III - Pablo De Arroita

Al ver esta foto se me vienen muchas preguntas y suposiciones a la cabeza, pero me cuesta decir lo que siento. Se ve como una mujer se aferra a un cuerpo envuelto en una tela blanca, y no hace falta que se le vea el rostro para entender su dolor.

Veo posible que tal y como está la situación en Gaza que esto esté ocurriendo ahí, porque la imagen me recuerda a tantas escenas que nos llegan de allí, como: madres despidiéndose de sus hijos, familias destrozadas por la violencia, etc.

No sé exactamente qué ha pasado antes de que se tomara esa foto, pero lo puedo intuir. Tal vez un bombardeo, un ataque en plena calle, o en una casa que debería haber sido un refugio seguro. El cuerpo envuelto parece pequeño, podría ser un niño, y eso lo hace todavía más triste. Este niño que no merecía haber sido matado, probablemente hace unos meses, antes de que la guerra comenzara, tenía una vida estándar (dentro de lo que es la cultura ahí), hasta que de repente le dejan: sin un hogar, con comida escasa, sin la cantidad de agua necesaria y lo mas importante, sin tiempo.

Me hace pensar que en medio de un conflicto que parece no acabar nunca, son siempre los inocentes los que más sufren. Pero lo que más me impresiona es cómo a pesar de todo, ella lo abraza con fuerza, como si se resistiera a soltarlo, o como si ese último abrazo pudiera devolverle la vida.

Yo creo que la foto nos obliga a mirar de frente una realidad que a veces preferimos ignorar. En Gaza, cada día hay personas que viven esto. No es solo la historia de una madre y su hijo, sino la de toda una población atrapada en una guerra donde les arrebatan lo básico como: la seguridad, la esperanza, incluso el derecho a despedirse en paz.

Sin embargo en España, donde no hay guerras desde hace tiempo, disponemos de todos estos básicos pensando que en todas las otras partes del mundo también, pero desgraciadamente no es así, por lo que creo que lo único positivo que se puede sacar de esta historia y de las guerras en general, es que somos muy afortunados.

Blog III - Nerea Unceta

 Detrás de esta fotografía, hay una historia muy dolorosa que al igual que le ha sucedido a este niño, le podría haber pasado a cualquier otra persona desde recién nacidos a ancianos. Básicamente se centra por la lucha y la supervivencia donde bombardeos forman parte del día a día dejando a mas de 66.000 fallecidos.

El junto a su familia, vivan en un casa humilde de Palestina en escasas condiciones debido a la guerra. Cada día era una lucha constante, pasar de seguir tu rutina habitual como niño de 12 años yendo al colegio, a no poder salir de casa y tratar de tener un plato de comida pequeño para sobrevivir un día entero. Los adultos, intentaban mantener a los menores y protegerlos, pero el niño se sentía en deuda y al ver que no quedaban alimentos en el hogar, insistió en ir a por comida. La madre le pidió que no lo hiciera por el peligro que conllevaba, pero en época de guerra hasta los menores se convierten responsables. Salió sin apenas plato o bolsa donde poder llevar la comida y sin saber si acaso iba a conseguir algo. De camino, se encontraba las calles en ruinas, todo derrotado, muertos… no reconocía su territorio. El resto de personas también iban deprisa, pues no sabían lo que les podría pasar.


El niño llego a un puesto improvisado donde repartían escasa cantidad de pan y arroz. Habían colas largas, caras cansadas, miedo… pero sobre todo mucha hambre. Cogió lo poco que pudo conseguir y puso rumbo a casa. El solo pensaba la sonrisa que tendría su madre cuando llegara a casa y la cena sencilla que iban a tener. Pero la guerra cruel, no entendía de sueños infantiles. A escasos minutos de llegar, comenzó un enfrentamiento entre soldados y gente del barrio. Comenzaron los disparos, gritos y ataques de pánico, donde el niño no sabía hacia donde se podía dirigir para huir. Apenas le dio tiempo a pensarlo, porque en segundos, una bala le alcanzó. No hubo ni intento de rescate, ya estaba hasta normalizado. Al paso del tiempo los vecinos lo encontraron derrumbado en el suelo y entre lagrimas se dieron cuenta que era uno de la comunidad. Le llevaron la noticia a la madre donde al instante se decayó al no haber podido evitar el asesinato de su hijo. 

Y de esta manera, es como va decayendo la población, entre niños sin ningún tipo de maldad que solo intentan sobrevivir en un mundo cruel.

Historia foto

Habían pasado dos días desde la última vez que le había visto. El miércoles, Amira dejó a su hijo Ibrahim a cargo de Laila, su hermana pequeña. Llevaban toda la semana bombardeando la ciudad, lo que obligaba a la gente a ir a otros lugares a por comida, ya que todos los recursos que tenían quedaban destrozados e inservibles. Amira salió temprano, junto con otros adultos, rumbo a Yata. Un pueblo próximo al que todavía no habían bombardeado en exceso. 


Tenían prevista la vuelta para el mediodía, lo que suponía que Ibrahim y Laila se quedarían solos durante toda la mañana. Lo que nadie sabía era que ese día los israelíes no se iban a conformar solo con las bombas, sino que irían armados matando a los palestinos que se encontraran. El viaje a Yata duró más de lo esperado, pues Amira llegó al refugio a media noche. El día anterior le había advertido a su hijo que tuviera cuidado con la gente que se encontrara y que tratara de esconderse en cualquier lugar para que no corrieran peligro. Cuando Amira entró a lo que hacía tiempo había sido su hogar, escuchó un llanto proveniente de los escombros. Nada más escucharlo, identificó a su hija y corrió a sacarla de ahí. Cuando logró verla, estaba toda rasguñada y con grandes moretones a lo largo de su pequeño cuerpo. Comenzó a llamar a Ibrahim, pero lo único que se lograba escuchar eran las bombas y los disparos cerca del lugar.


A la mañana siguiente, Amira comenzó a buscar a Ibrahim cerca de donde había encontrado a su hija pequeña, pero la búsqueda no daba resultados. Estaba desesperada, pero a pesar de todo eso, consiguió calmar a Laila, algo que en esas circunstancias era complicado. Cayó el sol y con él, las esperanzas de una madre atormentada por encontrar a su hijo.


Nada más salir el sol, Fátima, una amiga de Amira, apareció corriendo de la nada. Estaba llorando y su boca pronunciaba la misma palabra una y otra vez, Ibrahim. Amira se incorporó en un segundo y salió corriendo tras ella. Estaba ahí. Frente a ella. Una manta cubría su delgado cuerpo. Dos días llevaba ahí tirado, muerto. Amira se arrodilló y comenzó a llorar desconsoladamente. Se aferró a él, como si de esa manera pudiese devolverle la vida, pero ya era demasiado tarde. 











Premio Ortega Y Gasset

   Detrás de esta imagen se encuentra la triste historia de una familia de origen palestino. Tras ver las cifras de los fallecidos, 20.000 niños hasta septiembre de este año, se me ha revuelto el estómago. Estamos ante un genocidio que deberíamos parar cuanto antes para evitar que miles y miles de familias sigan sufriendo y sean portada de todos los medios a nivel mundial.


  Todo esto se remonta a siglos de conflicto. Cuando el pueblo Judío, más conocido como Israel, tuvo que marcharse del territorio donde vivía. La causa principal de este exilio fué la ocupación de estos territorios por parte de los musulmanes, que posteriormente forman allí el estado Palestino.


  Más tarde, Palestina fué el lugar al que muchos judíos volvieron y empezaron a asentarse produciendo así el choque entre estos dos grupos. 

La afluencia mayor se produce tras la segunda guerra mundial. Los judios tras haber sufrido el exterminio por parte del gobierno alemán deciden regresar a lo que ellos consideraban su tierra y se asientan allí. La ONU, decide así dividir el territorio de Palestina en dos estados; el estado de Israel y el estado de Palestina. 


   Esto ha derivado en años de conflictos. Pero la gota que colmó el vaso ocurrió el 7 de octubre de 2023, cuando Israel fué atacado por el grupo terrorista “Hamás”. “Hamas” invadió Israel provocando así la muerte de unas 1.200 personas. La respuesta de Israel fué dura, masacrando así la franja de Gaza. Se ha llevado la vida de casi 70.000 personas, junto a miles de heridos y desaparecidos.

 

  Entre todas esas inocentes personas que han perdido a los suyos en este genocidio, encontramos a esta pobre mujer, Portada del Premio Ortega y Gasset. Una fotografía con un trasfondo muy emotivo y triste a la vez. Una mujer que sostiene el cuerpo de su hijo entre paños y sábanas. Una imagen dura de ver, pero que nos hace darnos cuenta de las injusticias que siguen pasando en el mundo a pesar de vivir en el año que vivimos, y a las que asistimos impotentes.


Blog III - Sofía Espinosa

En un mundo donde una gran parte de la humanidad vive entre lujos y donde aún existen las personas con la emoción y la incertidumbre de no saber qué les depara el futuro, también abunda la tristeza y la ansiedad de saber perfectamente lo que te espera. No hay dolor más pesado que saber que algo malo está por pasar, como si se te abriese una herida que reconoces perfectamente pero de alguna forma aún no ha sido hecha. 18 de marzo de 2025, lo que fue un día normal y corriente para cualquier persona fuera de la Franja de Gaza, es para otros una fecha que se quedará grabada en sus mentes por el resto de sus días.

Normalmente era la luz de un nuevo día lo que la despertaba, (o al menos ella lo recordaba así) sin embargo, esta vez un fuerte olor a escombros y polvo fue la razón de su despertar. La guerra aun seguía su curso, parece que nunca llegaría a su fin después de todo. Israel, con la excusa de tener como único objetivo eliminar a Hamás, estaba consiguiendo que más de 30 niños de media muriesen todos los días, y esto la tenía realmente preocupada. 


Su rutina había cambiado mucho estos últimos meses. Había pasado de que su mayor preocupación fuese que sus hijos comiesen todo lo que había preparado, a que a la hora de medirles la tensión todo estuviese en orden. Cada día era una batalla para sobrevivir, y vivir en un campo de guerra donde podrías ser bombardeado en cualquier momento les enseñó que no tenían garantía de estar a salvo a pesar de todo lo que se esforzasen.


Hoy, esta madre le pidió a su hijo de 14 años si podía ir a coger algo para comer al banco de alimentos que había en el centro de la ciudad. Gracias al alto el fuego que pactaron Israel y Palestina todo parecía más tranquilo y seguro. Le dio un beso en la mejilla y con una tranquilidad a la que aún no se acostumbraba, lo dejó ir.


Israel rompió el alto el fuego y lanzó una serie de ataques aéreos en Gaza. Los gritos y la sangre pintaban las paredes de los edificios ya hechos polvo en la Franja. A pesar de que encontrarse en una situación así sería aterrorizante para todo el mundo, la madre no pudo evitar ir corriendo hacia donde posiblemente se encontraría a su hijo.


2 días después, la madre encontró en un refugio el cuerpo sin vida de su hijo. Después ayudar a la policía a identificar a la persona sin vida, le dio el abrazo que podemos ver en la foto, aunque si te fijas bien, se puede ver un cadáver y una persona que aunque no esté en esa lista interminable de personas que han perdido la vida por la guerra, también está muerta.


Blog III-Mikel Mendizabal

Fatimah no durmió en toda la noche por el lejano y constante ruido de las explosiones. La guerra en Oriente Próximo estaba más activa que nunca. Después de que su marido fuera abatido en combate, solo tenia una razón para seguir adelante: Omar, su hijo de 5 años.

Salieron temprano a buscar comida entre las ruinas de los edificios que hace menos de unos meses eran las casas de sus vecinos. 

¿Cómo hemos llegado a este punto?-se preguntaba Fatimah recordando los buenos momentos con su familia.

En un abrir y cerrar de ojos, todo cambió. Hubo un resplandor. Había sido una bomba. El edificio se derrumbó y Fatimah consiguió huir. Pero escuchò un grito que le enfrió el alma. Era Omar. Había sido completamente sepultado por los escombros.

Horas después, la tragedia se confirmó. El cadáver estaba en la morgue, prácticamente irreconocible. Aquella madre tenía la tristeza dibujada en la cara, pero no podía quedarse allí porque era demasiado peligroso.

Se despidió como pudo y abandonó el lugar. Un reportero británico capturó la imagen que recorrería el mundo y que reflejaba la tristeza de una madre y el horror de la guerra. 

Horas después, Fatimah tomó una decisión. Con solo 28 años acabó con su vida al no verse capaz de seguir adelante por la muerte de su marido e hijo. Se tiró por un precipicio aunque antes, pidió perdón por sus pecados a ese Dios invisible que le había castigado sin piedad. . 





Historia de la foto

 Después de una semana de la bomba la madre de Omar no había dejado de buscarle. El día que sucedió, tras escuchar el fuerte sonido, se dirigió corriendo, ya que sabía que su hijo Omar solía estar por esa zona habitualmente. Vió a niños, adolescentes, padres y abuelos heridos pero no encontraba a Omar. Ver a tanta gente sufriendo era horrible para ella y realmente quería ayudarles y se sentía fatal por no hacerlo, pero lo único que le pasaba por la cabeza era ver a su hijo Omar.


Estuvo buscando por toda la zona, y al no encontrarle empezó a pensar que tal vez Omar pudo haber huido y encontrado un lugar seguro. Estuvo horas y horas buscando por todos lados. Se hizo tarde, y empezó a amanecer, y al día siguiente no dejó de buscar, ni al siguiente, ni al siguiente. Y trás una semana, no dejó de rendirse y solamente lloraba y lloraba por su único hijo. Omar era lo único que le quedaba después de la guerra, ya no tenía casa, no tenía más familiares (la mayoría habían huido y más de uno había fallecido) solo eran Omar y ella, y ahora ni siquiera eso.


Aún ya esperando lo peor, no podía darse por vencida y siguió buscando. Al ya haber recorrido toda la zona y alrededores decidió regresar justo a donde impactó la bomba. Había un pequeño puesto médico con camillas con personas heridas y lo que parecían cuerpos envueltos en sábanas. Imaginándose la peor situación posible, inevitablemente empezó a llorar y se comenzó a acercarse lentamente. El cuerpo que estaban envolviendo en ese mismo instante era el de Omar. Ella lo vio desde la lejanía y aún así lo reconoció perfectamente. Al cuerpo de Omar, un niño de tan solo 9 años le faltaba un brazo entero. Ella fue corriendo para poder abrazarle una última vez y eso fue lo último que hizo, abrazar el cuerpo de su difunto hijo.


Tema semanal del blog III - Erik Alcalde

En esta foto podemos observar a una madre abrazando el cuerpo pequeño de su hijo, envuelto en una sábana blanca. Está sentada en el suelo, inclinada hacia adelante, como si aún pudiera protegerlo. Su vestido azul contrasta con las frías paredes de mármol, y en ese gesto silencioso transmite un dolor imposible de medir. El niño, hasta hace poco, jugaba en la calle, corría y reía como cualquier otro. Con piedras, palos y un poco de imaginación inventaba aventuras y soñaba con un futuro que nunca llegó. 

Una noche de explosiones y fuego terminó con su vida de golpe, borrando las promesas que su madre le había hecho días antes: que todo pasaría pronto, que habría un mañana distinto, que podrían seguir adelante. Pero la guerra no entiende de promesas. 

Ahora lo sostiene con fuerza, como si pudiera devolverle el calor perdido. Sabe que tendrá que dejarlo ir, que pronto lo enterrará con el corazón roto, pero por un momento se aferra a la idea de que aún puede cuidarlo. Su abrazo es su última defensa frente a la violencia, un gesto de amor en medio de la destrucción, un acto humano en medio de la guerra. 

La fotografía captura ese momento intimo y devastador en el que la pérdida se hace visible. Nos recuerda que detrás de cada número en una estadística hay una vida arruinada, un niño con un nombre y una familia destrozada. La imagen es más que una noticia: es la prueba de que el conflicto no solo destruye edificios, sino también futuros.

Blog Patrik Arrieta 3

La imagen que estamos viendo a continuación se trata de una madre que acaba de perder todo por lo que estaba luchando, y lo cual, era lo único que le daba sentido a su vida en unos tiempos tan difíciles en la Franja de Gaza, lo único que le hací­a vivir. Esta persona es nada más y nada menos que su hijo, el cual por un bombardeo, ahora se encuentra en un lugar mejor. La madre está totalmente corrompida y rota por dentro, sin dar crédito a lo que le acaba de suceder. Su hijo, por el cual haría todo por él, ya no lo verá jugando detrás de una pelota, ya no lo verá jugando con sus amigos mientras ella está con las demás madres, ya no lo verá crecer, ir al colegio, crecer, dormirá


Ahora mismo está totalmente decepcionado no con una persona en particular, sino con el ser humano. No comprender como por unos territorios y por unas simples barreras entre dos países, puede haber gente que piense que una masacre es lo mejor que se puede hacer. No comprende como países con tanto poder no puedan hacer nada. No entiende como soldados con familias esperándoles en casa, pueden matar a sangre fría otras familias, las cuales están viviendo lo más parecido al infierno. 


A esta mujer ya no le queda nada, ni familia, ni amigos, ni trabajo, ni un techo donde dormir. Acaba de perder todo lo que le parecía impensable perder, y se siente muy perdida, no sabe que hacer. Lo único en lo que se ve capaz de hacer en estos momentos es agarrar el cuerpo frío de su difunto hijo, y llorar, llorar hasta que no pueda más


Pero en el fondo, sabe que tiene que luchar por sobrevivir, ya que es eso lo que le gustaría a su hijo, que siguiera luchando por su vida, huyendo de la situación en la que se encuentra, de la guerra, de los homicidios constantes, de la falta de alimentos, de agua, de necesidades básicas.


Pero, por mucho que tenga claro que tiene que salir de esta, ahora mismo solo quiere llorar desconsoladamente, pensando en todo lo que le ha dado su hijo, y todo lo que le ha dado ella, dándose cuenta que ha sido una buena madre y que, aunque haya acabado falleciendo, ha tenido una niñez muy feliz, en la que aunque no tuvo todo, era tan feliz que lo le faltaba nada.



Blog 3

Dos personas se encuentran en una habitación, las cuales son la madre y el hijo desgraciadamente hayado sin vida. El silencio que la rodea es tan abrumador que se siente como un grito, un ruido que duele más que las explosiones. Hace poco, él corría por la casa, descalzo, riendo, creando juegos de la nada, feliz con lo poco que tenían. Le pedía pan con chocolate, le pedía historias, y cada noche se dormía con la suave voz de su madre cantándole canciones inventadas. Era su alegría en medio del miedo, su razón para seguir luchando cada día. Pero la guerra no respeta sonrisas ni sueños, y se llevó lo más valioso que ella tenía. Aquella mañana, una explosión rompió el aire, hizo temblar las paredes y la llenó de terror. Ella corrió desesperada, buscando entre el humo y el polvo, llamando su nombre una y otra vez. Finalmente lo encontró, pero ya no respiraba, y sintió que su corazón se rompía en mil pedazos. Desde entonces, todo se volvió gris, como si el mundo hubiera perdido sus colores para siempre. Ahora lo abraza con ternura y dolor, tratando de guardar en su piel el calor que se apaga. Le acaricia la cabeza, le susurra palabras que solo ellos conocen, como si el amor pudiera atravesar la muerte. Piensa en las noches de juegos, en las risas que llenaban la casa, en la esperanza que su hijo le brindaba. Se pregunta cómo podrá seguir respirando sin esa luz que la acompañaba. Afuera, el mundo sigue su curso, la gente camina, los autos pasan, y todo parece normal. En las noticias, solo es un número más, un niño más que la guerra se llevó. Pero para ella, no es un número, es su vida, su pequeño universo que acaba de apagarse. La injusticia le quema en el pecho, porque ninguna madre debería vivir un adiós tan cruel. Siente rabia, siente miedo, siente un vacío imposible de llenar. Y sin embargo, en medio de todo, hay un amor tan inmenso que no se puede destruir.

Historia detrás de la foto

 En esta foto que ganó el premio Ortega y Gasset se ve algo que duele mirar: una madre abrazando a su hijo muerto. Está envuelto en sábanas blancas, en un sótano frío de Gaza. Ella no lo suelta como si al abrazarlo pudiera recuperarle.


Ese niño se llamaba Ismael Abdala Murady y tenía tan solo 11 años. Soñaba con ser médico para curar a la gente de su barrio. En la escuela estudiaba muchísimo y ayudaba a sus hermanos con los deberes. También ayudaba a sus padres en casa ya que, era el mayor de 3 hermanos.


Pero la guerra le robó todo. Primero perdió a su padre y a sus hermanos en un bombardeo. Solo quedaron él y su madre que intentaban sobrevivir como podían. Todos los días iban al paso de Rafah buscando comida, pero la ayuda no llegaba. Dormían entre escombros rezando para que no cayese otra bomba. Un día, mientras Ismael buscaba comida entre la multitud, una bomba cayó y lo alcanzó. Su madre fue rápidamente al único hospital que quedaba, pero no podían hacer nada el abrazo que se muestra en la foto fue su último adiós.

Ismael quería salvar vidas. En cambio, la violencia le arrebató la suya. Y lo único que quedó fue una madre aferrándose al cuerpo de su hijo, para que el mundo entero entendiera lo que realmente significa perderlo todo.

La madre de Ismael logró salir de Gaza tras la muerte de su hijo. Ahora vive en Egipto como refugiada de guerra, intentando reconstruir su vida en medio del dolor. Aunque está a salvo, cada día carga con la ausencia de sus hijos y su marido, también del recuerdo de lo perdido.




Blog III - fotografía (Izaskun)

La historia de este niño puede ser la de cualquier familia de Palestina. Creció en una familia común, de clase media. Iba al colegio con sus amigos, jugaba en el parque los domingos y disfrutaba de una vida normal. Hasta que Israel, como represalia por la matanza de 1.500 israelíes por parte de Hamás, comenzó un genocidio asesinando a más de 65.000 palestinos, entre ellos muchos niños.


Todo empezó cuando bombardearon su casa, se quedaron sin alimentos, sin hogar, sin nada. Este pequeño niño ayudaba a su madre a conseguir los alimentos necesarios, que rara vez conseguía, ya que eran muy escasos. En un viaje de esos, unos francotiradores comenzaron a tirotear a los palestinos mientras recogían alimentos. Gracias a su astucia, este niño supo reaccionar rápidamente y se refugió entre los escombros, cuando se dejaron de oír los tiros, volvió con su madre.



Conforme iban pasando los meses, menos alimentos podían conseguir. Como resultado, el niño comenzó a sentirse cada vez más débil hasta tal punto de que su madre temía por su vida. Ella hizo todo lo posible por conseguir alimentos, pero lamentablemente su búsqueda fue en vano. Días después, la madre le llevó a un hospital, sin perder la esperanza de que alguien ayudara a su hijo. Una vez allí, como la ayuda humanitaria era muy escasa, estuvo horas y horas pidiendo ayuda. Cuando por fin la atendieron, lo único que le dijeron fue que no se podía hacer nada por su hijo. Le carcomía la angustia, la ansiedad, la depresión, por no poder hacer nada por salvar la vida de su hijo de apenas 7 años. Tiempo después el niño murió de hambre. La mujer destrozada, lloraba desconsoladamente la pérdida de su único hijo. Gritaba desolada, por el dolor, la impotencia y la injusticia de esta situación.


Jon Cid Blog 3

 La luz de un nuevo día ilumina la ciudad de Gaza, bañada en polvo y escombros por doquier. Todo lo vivido los últimos casi dos años se asemejan a una pesadilla interminable para los ciudadanos de Palestina, quienes se acuestan por las noches y se levantan con un temor que les recorre los huesos y debilita sus músculos. Gritos, llantos, pánico... la sinfonía de cada mañana, una y otra vez. Extraño es el día en que uno no se topa con alguien abrazando un cadáver o sosteniendo a un niño herido mientras corre hacia el hospital más cercano, si es que no lo han derrumbado todavía. Quienes aún conservan a su familia o amigos temen que ese privilegio les sea arrebatado en cualquier momento, y a su vez quienes han perdido todo, agonizan cada nuevo día que les toca vivir, esperando la muerte.

En la ciudad de Gaza, una mujer se encuentra desayunando con su hijo. La comida es escasa: algo de pan, leche vieja... Sin embargo, agradecen profundamente tener algo que llevarse a la boca. Los estruendos continúan en la calle, pero no se sorprenden. Tantos meses escuchando lo mismo han conseguido que lo normalicen, por triste que parezca. Una vez terminan el desayuno, el niño corre hacia la puerta esperando a su madre. Quiere salir a jugar un rato con sus amigos a la calle, pues es su única manera de entretenerse durante un tiempo. La madre abre la puerta y los dos bajan los tres pisos que les separan de la avenida. Mientras bajan, la mujer saluda a sus vecinos. Todos están bajos de moral, pero intentan sacar una sonrisa por mucho que les cueste. Al llegar abajo, el niño ve a sus amigos jugando con una botella de plástico al fútbol, y corre a encontrarse con ellos. La mujer se acerca a una de las madres para charlar un rato, mientras no le quita ojo a su hijo. 

De pronto, un zumbido lejano comienza a escucharse poco a poco. Todos saben lo que eso significa. Las madres corren hacia sus hijos mientras gritan sus nombres para llevarlos cuanto antes a un lugar seguro. Los niños están demasiado concentrados jugando y no escuchan a sus madres. Es el espantoso sonido el que les sorprende. Comienzan a correr hacia todos lados, buscando cualquier cosa que les transmita una sensación de seguridad. La mujer decide resguardarse también, sabiendo que no va a poder llegar hasta su hijo antes de que suceda la tragedia. Unos instantes más tarde, todo se vuelve gris, es imposible ver nada. La mujer nota su corazón latir, lo que la indica que sigue viva. Finalmente, la cortina de humo se desvanece, cual telón que se abre para desvelar el siniestro escenario. Dos niños aparecen ilesos llorando desconsoladamente mientras abrazan a sus madres. La mujer busca sin descanso a su hijo, quien se había alejado más que lo otros críos. Cuando llega hasta una mtaña de escombros, encuentra la botella con la que su hijo había estado jugando. A su lado, un zapato negro deportivo. La mujer se derrumba en el suelo, gritando e inundando el suelo de lágrimas. Un nuevo día comienza en Oriente Próximo.


Blog III-Amets

 Historia detrás de la foto

Había silencio en la sala blanca, roto solo por el sonido de la respiración entrecortada de Fátima. Entre sus brazos sostenía el cuerpo pequeño de su hija envuelto en una manta blanca. Era la última vez que podía tocarla, la última vez que podía abrazarla.


Aún recordaba aquella mañana: los juegos, las risas, la promesa de que al volver le contaría un cuento. Pero la guerra no conoce promesas. Una explosión lo cambió todo, borrando en segundos lo que había tardado años en construir.


El mundo seguía, indiferente. Afuera, los mercados abrían, la gente caminaba, y en algún lugar lejano alguien se quejaba del tráfico o del calor. Aquí, en cambio, el tiempo se había detenido.


El abrazo de Fátima no era solo a su hija, era a la infancia arrebatada, a los sueños rotos, a la esperanza que poco a poco se apagaba. No quería soltarla. Soltar significaba aceptar lo irreversible.


Mohammed, el fotógrafo, bajó la cámara después de disparar. Sintió que estaba robando intimidad, pero también sabía que el mundo debía ver este dolor. Una imagen que atravesara fronteras y despertara conciencias.


Porque detrás de cada cifra de guerra, detrás de cada titular, hay historias como la de Fátima: madres que abrazan a sus hijos por última vez.


Y en ese instante quedó claro: no era solo una foto, era un grito.