Últimamente no dejo de darle vueltas a algo que, en teoría, no debería ser tan complicado, pero que a mí me está costando más de lo que esperaba. Hace unas semanas, uno de mis amigos del grupo —somos cuatro, los de siempre, los que vamos juntos a todos los sitios— me pidió 30 euros para pagarle a otro del grupo una deuda que tenía por las entradas de un concierto. Yo, sin pensarlo mucho, se los dejé. Somos amigos, nos tenemos confianza, y me pareció lo más normal del mundo echarle una mano.
El caso es que ahora la situación se ha dado la vuelta: soy yo quien anda un poco justo de dinero y me vendría bien recuperarlo. Pero por alguna razón, no me atrevo a pedírselo. Me da cosa, como si al mencionarlo fuera a parecer que estoy desesperado o que le estoy echando en cara que aún no me ha pagado. Y a la vez, me da miedo que se lo tome a mal, que se enfade o que piense que desconfío de él. Es curioso, porque si lo pienso fríamente, no hay nada de malo en recordarle algo que él mismo me pidió prestado. Pero aun así, me cuesta.
Supongo que tiene que ver con lo incómodo que se vuelve hablar de dinero entre amigos. No sé por qué, pero es como si se mezclaran la confianza y el pudor. Uno no quiere parecer interesado, ni crear un mal ambiente por una cantidad que, al final, tampoco es enorme. Pero lo cierto es que no es una cuestión de dinero, sino de equilibrio. No se trata de reclamar, sino simplemente de recordar algo pendiente. Y eso, bien dicho, no debería molestar a nadie.
Quizás la clave esté en cómo lo diga. No hace falta montar un drama ni hacerlo sonar como una exigencia. Bastaría con ser natural, tal y como lo sería él si estuviera en mi lugar. Algo como: “Oye, ¿te acuerdas de los 30 euros que te dejé para lo del concierto? Me vendría bien que me los devolvieras cuando puedas, que ando un poco justo estos días.” Así, sin rodeos, pero con tacto.
Al final, creo que lo importante es no callarse por miedo. Si la amistad es buena, una conversación así no la va a romper. Y si se molesta por algo tan razonable, entonces igual la relación no es tan equilibrada como pensaba. Pero prefiero pensar que no será así. Que lo entenderá, que me lo agradecerá incluso por recordárselo, y que todo quedará en una simple charla entre amigos.
Porque, al final, hablar de dinero no debería ser un tema tabú. Forma parte de la confianza, igual que hablar de otras cosas. Y si no somos capaces de hacerlo con naturalidad, acabamos cargando con una incomodidad que solo existe en nuestra cabeza. Así que sí: lo mejor será decírselo, sin dramatizar, sin culpas. Simplemente, con honestidad y respeto.